Por; José Castilla Álvarez 

Establecer una relación comparativa entre el presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego y Karl Marx, podría parecer exagerado, incluso fuera de todo contexto histórico, Pero no, ya en la frialdad y la comodidad del pensamiento crítico en su afán natural por conocer realidades y nuevos elementos dentro de su objeto de estudio, es posible, incluso con relativa facilidad. Esto debido a que Gustavo Petro, en su marco ideológico es una extensión moderna de las tesis revolucionarias expuestas, motivadas y argumentadas por Karl Marx, en sus principales obras. “El capital y el manifiesto comunista”. Este filósofo y economista alemán, también fue periodista y logró desarrollar una extraordinaria capacidad narrativa y comunicativa logrando vender ideas sustentadas en el materialismo histórico y dialectico, la lucha de clases, los medios de producción y la plusvalía, entre otras, hoy en desuso, pero que todavía la izquierda latinoamericana presenta como la solución para disminuir o eliminar la explotación capitalista hacia el proletariado y los trabajadores. Petro, en Colombia pretende darles respuestas y soluciones a problemas económicos plateadas por Marx desde 1843 época en la cual realmente se convirtió en un revolucionario intelectual, académico, crítico, pensador y líder, hasta 1883, fecha en que murió. Lo mismo pretende Petro y su homólogo Maduro, en Venezuela. Los tiempos y la forma de explotación capitalista han cambiado, ahora se hace con alguna sutileza, auxilios, vivienda gratis, matricula cero, y sin embargo, la brecha de explotación capitalista cada día es más grande, larga y robusta entre empleadores y trabajadores. El capitalismo ha crecido y perfeccionado sus métodos de explotación y el socialismo marxista ha decrecido porque no tiene métodos de lucha validos y dialecticos que le permitan romper las cadenas inmundas de la inequidad.

Petro se ha equivocado en su método de lucha y no desiste del discurso confrontacional y el verbo acusador. Eso como estrategia en campaña fue valido, pero una vez sentado como presidente en la Casa de Nariño, la narrativa y el discurso debe ser otro, sin renunciar a sus perspectivas de cómo se debe manejar el país. Eso le ha costado lo que hoy le duele mucho, el hundimiento de la reforma a la salud. Él pudo comenzando el gobierno, y teniendo las mayorías en el Congreso sacar adelante todo lo que quisiera, con mesura, inteligencia, tacto y clase porque llegó al poder revestido de una inmensa popularidad y expectativas. Insisto,  sin renunciar a sus principios ideológicos, pero si, aceptando cambios dialecticos y naturales y siendo respetuoso con la oposición a la que confrontó visceralmente.

Al igual que Marx, siempre señaló y acosó al enemigo y nunca ha intentado persuadirlo. Fracasó cuando intentó convocar la presión del pueblo que lo eligió para que saliera a las calles a presionar al Congreso por las reformas sociales, también fracasó cuando intentó institucionalizar su aparición en el balcón de la Casa de Nariño y desde allí amparado en la fría comodidad presidencial, incitar y presionar con su fluido verbo marxista que también fracasó. Lo mas incomodo para él dentro de la fallida estrategia fue que la oposición convocó también a marchar y logró sacar mas gente a las calles que las marchas petristas, y al balcón, pocos fueron a acompañarlo.

Para bien del país y del propio presidente y de todos sus seguidores que no han logrado saborear con exquisito paladar político el triunfo por primera vez de la izquierda en Colombia durante mas de 200 años, es necesario que el jefe del Estado, cambie su estrategia y se acerque mas a los colombianos porque todos tenemos en común algo bien interesante. “El cambio hay que hacerlo y es urgente”, pero con otras reglas.

“El cambio debe comenzar por Petro”. El presidente tiene y manifiesta problemas asociados a un excesivo egocentrismo que le ha afectado su relación con el congreso, con miles de sus propios lectores, cientos de ellos miembros del Pacto Histórico. Manifiesta siempre   su pensamiento desde su propia perspectiva, como Marx, sin considerar cómo otros lo pueden percibir. Gustavo Petro, práctica un proceso de contracultura través de la frustración, la injusticia, la inconformidad y la resistencia que lo conduce a referirse públicamente, nacional e internacionalmente en términos desobligantes, ofensivos y malquerientes a su propio país que lo eligió presidente. Eso en boca de un jefe de Estado se escucha feo.

El “cambio” debe comenzar desde adentro hacia a fuera, generar confianza, aproximaciones y consensos.  Quién lo propone es reactivo y debe mejorar el uso de su inteligencia emocional y su dominio sobre lo que dice, dónde lo dice, como lo dice y medir las consecuencias de lo que dice. Dice cosas interesantes y verdades atrevidas, pero verdades al fin.

La última gran verdad que dijo el presidente Petro, y que compartimos plenamente, fue a la policía nacional. “Los policías de barrio saben dónde están las ollas y las ollas los compran” Eso es verdad pura. Pero un presidente debe tener glamour, clase, un verbo y un lenguaje bien elaborado y ser estricto con lo que planteamos en el párrafo anterior. El tema de la Policía merece una fuerte depuración, al igual que el INPEC y la UNP. Esto debe plantarse como una política de Estado con cifras, estadísticas, argumentos y decisión política. Con seguridad el pueblo lo acompaña y lo respalda y le sale a las calles masivamente, pero si no lo hace así, queda como un chisme y una ofensa en donde sus enemigos y detractores aprovechan y salen a criticarlo como pregoneros de la moral.

El modelo propuesto por Marx y su gran amigo federico Engel, fracasó con el desmoronamiento del bloque soviético y su concepción frente al comunismo, entonces terminó imponiéndose el capitalismo en todo el planeta, pero a pesar de ellos cuatro de sus grandes ideas, doscientos años después, se mantienen vigentes. 1. El activismo político 2. La recurrencia de las crisis económicas 3. Ganancias desmedidas y Monopolios 4. La globalización y la equidad.

La brecha que hay entre Marx y Petro es más   grande que la que existe entre el capitalismo y el proletariado, pero algo los acerca. Todo indica que nuestro presidente como buen discípulo está dispuesto también a fracasar.

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