Valledupar, ciudad intermedia, bordeando el millón der habitantes, ubicada en la Costa Caribe colombiana, aunque no tiene Mar cercano, siente las brisas marinas prestadas por el océano guajiro. Esa misma se convirtió en la década de los años 70, apenas 10 años después de su creación como capital, segregándose del Departamento del magdalena, en la ciudad en Latinoamérica que marcó el mayor índice de desarrollo urbanístico. De un pueblo muy pequeño se convirtió en una ciudad intermedia que ligeramente creció y se posesionó en el ámbito nacional e internacional a través de la magia del Festival Vallenato como la “Sorpresa Caribe”, así fue bautizada por el exalcalde, Aníbal Martínez Zuleta.
El vertiginoso crecimiento fue ayudado por una clase política de la época, diligente, capaz, y no conjugaban el verbo corrupción. De ellos hay dos vivos.
Después vino la tragedia. Lo último ha sido una verdadera tragedia. Sólo nos pronunciaremos en esta nota en los constructores que llenaron a la ciudad de urbanizaciones, conjuntos cerrados, abiertos y todo tipo de construcción. Lo malo de esto es que, en complicidad con alcaldes y jefes de planeación, interesados más en el negocio que en el recto crecimiento urbano, permitieron que estos mercaderes de la construcción convirtieran a la ciudad en un ajedrez y unas barreras infranqueables, atravesando edificaciones sobre áreas donde debe pasar una calle o una carrera, solo para ganarse la continuidad del lucrativo negocio. A esta falta se le suma el el pavimento de mala calidad con gravísimas consecuencias para la movilidad por el deterioro de la malla vial. Algunos de ellos han pretendido ser alcalde y gobernadores, solo uno logró la alcaldía.