El periodista Daniel Coronell, conocido nacional e internacionalmente por el rigor periodístico en sus investigaciones y entrevistas a personajes de la vida política colombiana, concertó con el presidente Petro una entrevista que finalmente se logró hacer en la Casa de Nariño y publicada recientemente.
Fue una entrevista atípica debido a que el personaje asumió una aptitud displicente y demostró no estar en contexto con todas las preguntas formuladas por el entrevistador. Puede considerarse que fue un fracaso porque el presidente nunca contestó lo preguntado y terminó contestando siempre lo que no se le había preguntado.
El Reporte Coronell: Mis impresiones de la entrevista con el presidente Gustavo Petro
*Dos horas y seis minutos con un jefe de estado evasivo, hiperactivo y verborrágico
Habitualmente escribo el reporte con detalle. Hoy les voy a leer algunas notas, sin redacción final, que he escrito sobre la entrevista con el presidente de la república.
Conozco al presidente Gustavo Petro hace mucho tiempo, aunque no de manera profunda.
La primera vez que lo vi fue en 1988, cuando yo tenía 23 años y él 28. Él estaba en la clandestinidad, como miembro de la dirección nacional de la guerrilla del M-19 y yo trabajaba en el Noticiero Nacional.
Esa fue la primera de al menos siete veces que lo he entrevistado. Cuatro de esas ocasiones han tenido lugar mientras él ha sido presidente.
Nunca he tenido una conversación tan difícil con él, como la de hace dos días, en la Casa de Nariño.
A lo largo de estos 40 años de conocernos he tenido grandes diferencias con él y he criticado su gestión como alcalde y presidente, tanto como reconocí sus grandes debates de denuncia y control político como congresista.
A pesar de mis críticas ocasionales, el presidente jamás ha roto la comunicación conmigo. Le pregunto sobre temas puntuales, a través de un mensaje de texto o una llamada, y siempre me responde amablemente.
Este domingo, después de la publicación de un mensaje del presidente de Estados Unidos en el que llamó al presidente Petro “jefe del narcotráfico”, le envié un texto al mandatario desde República Dominicana, donde yo asistía a la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Le propuse hacer una entrevista sobre el tema y él aceptó inmediatamente.
Le dije que acordaría los detalles con la directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, Angie Rodríguez.
Yo pensaba inicialmente hacer un encuentro virtual desde Miami, pero en la conversación con la directora del Dapre, ella me señaló que debía ser presencial.
Esto último me lo dijo cuando ya me estaba subiendo a un avión en Punta Cana para volver a Estados Unidos, donde vivo.
Así es que tuve que arreglar todo para salir esa misma tarde con un equipo de Univision hacia Bogotá.
El dispositivo técnico para hacer una entrevista multicámara en vivo para radio y televisión tiene un tamaño considerable. Así es que productores, camarógrafos y sonidistas llegaron en la mañana del lunes al palacio presidencial para armar el set de la entrevista.
Estaba acordado que fuera a las 3 de la tarde y que duraría una hora en directo. El jefe de Estado llegó 34 minutos tarde. Lo saludé presurosamente y le pedí que fuera breve en sus respuestas porque había muchos puntos por cubrir, todos referidos a la crisis de relaciones con Estados Unidos.
El presidente asintió y mostrándome la magnífica obra de Alejandro Obregón expuesta en el corredor en el que hicimos la entrevista, me dijo algo que yo nunca había oído. Aseguró que el cóndor del gran maestro había sido repintado para borrarle una hoz y un martillo, símbolos comunistas que representan la unión de obreros y campesinos.
También me dijo señalando un estupendo óleo del artista indígena Carlos Jacanamijoy que él lo había llevado a la sede presidencial, donde solo había obras de artistas blancos.
Hasta esa hora estaban con nosotros el ministro del interior Armando Benedetti, el ministro de defensa, el general Pedro Sánchez, y el secretario de prensa Augusto Cubides.
Después de saludar a cada uno de los técnicos con amabilidad, el presidente se sentó en su silla. Yo recibí un conteo regresivo de un minuto desde el master control de Miami y empezó la entrevista.
Las evasivas arrancaron desde las primeras respuestas.
Cuando quise centrarlo en las consecuencias del mensaje del presidente Trump, me habló del inmenso cuadro de Santamaría ubicado detrás de mí, diciéndome que los problemas de la relación con Estados Unidos arrancaron en la época de Bolívar y Santander, que él era bolivariano y no santanderista, que por entonces los soldados eran indígenas y negros y que, en cambio, los generales eran blancos, tenían esclavos y que de ahí se derivaba todo.
Cuando le insistí al presidente en que volviéramos al siglo 21 y a la crisis de relaciones, el mandatario me respondió, refiriéndose al incidente del megáfono en Nueva York, que él no había invitado a los soldados de Estados Unidos a desobedecer a Trump.
En ese momento lo tuve que contradecir porque sí lo dijo y entonces me señaló que eso debía ponerse en el contexto del discurso completo. Discurso que he oído varias veces y que conozco de memoria.
A partir de ese minuto la tensión escaló. El presidente estaba incómodo en la silla, se movía mucho, gesticulaba con gestos ampulosos como si estuviera actuando en una función de teatro, abría sus brazos, me señalaba constantemente con un lápiz y la saliva empezó a acumularse en las comisuras de sus labios.
Evadía cada pregunta y respondía con largas disquisiciones de historia, de geografía, de economía, de matemáticas. Como si estuviera más interesado en oírse él mismo que en responder sobre las consecuencias concretas de la relación con Estados Unidos.
La verborrea imparable del jefe de Estado impedía la interacción propia de la entrevista.
Varias veces, con el debido respeto, lo invité a responder y en ocasiones me señaló que yo no quería dejarlo hablar, como si no estuviera hablando de sobra.
En medio de sus largas disquisiciones fueron saliendo a flote, algunas de sus angustias. Desde que lo conozco, Petro ha vivido con la sensación de que en cualquier momento pueden matarlo.
Noté el lunes que esa paranoia estaba exacerbada. El gobierno de Estados Unidos retiró de la Casa de Nariño un sistema de protección antidrones, y el jefe de Estado siente que eso dejó la sede presidencial vulnerable a un eventual ataque. En algún momento de la entrevista me dijo que podrían matarnos, a él y a mí, en segundos si quisieran.
Creo que le fastidió que le hablara de la manera exitosa en la que los presidentes de Brasil, Lula, de México, Sheinbaum, y de Chile, Boric, manejan las relaciones con Estados Unidos a pesar de las dificultades.
El presidente no quiso admitir que a ellos les iba mejor, ni que había algo que aprender de esa forma de proceder.
Tal vez, el momento más difícil de la conversación, sucedió cuando le pregunté por qué había sido más duro con la ganadora del premio Nobel de Paz, María Corina Machado, que con Nicolás Maduro.
Petro nuevamente llamó despreciable y traidora a la opositora venezolana y en cambio evitó referirse al régimen de Maduro.
Se molestó cuando le dije que si quería atar la suerte de 50 millones de colombianos al destino de sátrapas como Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino.
En un momento me dijo “Yo no soy pendejo, Daniel”.
En cambio recuperó el sosiego cuando habló de sus deseos de ser inolvidable. Se volvió a molestar cuando le dije que si estaba anteponiendo su deseo de trascender a las necesidades inmediatas de los colombianos.
El reloj seguía moviéndose, la entrevista ya había tomado dos horas, el embajador McNamara lo esperaba para una reunión cuando le formulé la última pregunta, diciéndole que su misión no era cambiar a Trump, sino buscar la mejor negociación posible para conservar millones de empleos de colombianos.
Fue entonces cuando dijo que había que sacar al presidente de Estados Unidos. Esa fue la frase que se volvió noticia en las agencias y en algunos medios estadounidenses.
Nunca, en todos estos años y entrevistas. He visto al presidente Gustavo Petro tan alterado como este lunes. No es el mejor estado de ánimo para manejar una crisis de las dimensiones que puede tomar en los próximos días.